Eso es algo que sucede en todas las partes del mundo, pero entiendo que en República Dominicana, más que ningún otro sitio, los deportistas son más sensibles a los puntos de vista de los comunicadores en todos sus escenarios (medios escritos como en electrónicos y ahora en las redes sociales).
Los atletas no terminan de entender que como todos los seres humanos son “esclavos de lo que dicen y dueño de lo que callan” y que son sus propios manejadores de imagen o relacionistas. No pueden pretender que siendo figuras públicas sus afirmaciones o acciones pasen inadvertidas, máxime cuando sean del interés común, ya sea positiva o negativamente.
El ejercicio periodístico moderno ya no le limita a una simple entrevista cara a cara o por teléfono, pues gracias a la era digital y a la propagación de distintas redes sociales podemos seguir la carrera de un atleta dentro y fuera de la cancha sin movernos del escritorio.
De ahí que, como profesionales al fin, los deportistas están compelidos a actuar de la manera más correcta posible en el espacio cibernético, incluido el uso correcto de la ortografía y la forma cómo se dirigen a sus seguidores.
Lo publicado, publicado está y el hecho que uno como comunicador lo difunda más adelante no quiere decir que fuimos los inventores de eso. El inventor fue el que lo generó y uno solo hace de hilo conductor del mensaje en cuestión.
Ahora bien, donde nunca debemos llegar los periodistas deportivos es a la vida personal del atleta. Particularmente no me interesa ese aspecto de ningún atleta. En más de una ocasión he pernoctado con ellos en diferentes lugares y nunca he cometido la indelicadeza de decirlo o escribirlo.
El problema de la tanta apertura y las tantas formas de hacer comunicación deportiva es que ya somos tantos que los preceptos éticos quedaron olvidados. Demasiado fanáticos tras sus deportistas.
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