RAMON DE LUNA...Lo que más nos duele es cuando vemos caer a jóvenes en la flor de la vida, fruto de su inexperiencia y en su afán de quemar esas energías que yacen en todo cuerpo joven, como ha sido en el triste caso de Yordano Ventura y Andy Marte, brillantes atletas que florecieron en el deporte rey de los dominicanos, aún teniendo tanto que seguir dando.
Marte insiste en conducir sin escuchar los consejos de un viejo amigo, alegando estar consciente no obstante estar nublado su cerebro por el efecto del alcohol. La poderosa máquina de su vehículo truena al arrancar y toma la ruta de San Francisco, para luego estrellarse y dejar su cuerpo entre hierros retorcidos.
Yordano se aventura por una zigzagueante y empinada carretera donde imperaba un manto de neblina que dificultaba la visión y se estrella en una de las orillas; queda gravemente herido, pero todavía latía su corazón. Sin embargo, no acudió una mano amiga que le prestara los primeros auxilios, al contrario, muchos fueron los desalmados que corren presurosos al escuchar el estruendo del choque, pero para sustraerle sus pertenencias.
No es la primera vez que el país debe llorar a uno de esos jugadores que a base de talento y entrega pusieron a vibrar más de una vez a miles de fanáticos de aquí y de allá. Vienen de trabajar en una ardua campaña y estar con familiares y amigos después de una ausencia de meses. En los bolsillos traen montones de dólares con los cuales asisten y les cambian las vidas a madres, padres, hermanos y amigos.
Traen costosos vehículos de alto cilindraje y muy pocos con alguna experiencia en su manejo, se lanzan en locas carreras dejando en ellas sus jóvenes vidas y truncando los sueños que se habían forjado. Son muchachos todavía, a quienes la fortuna les sonrió repentinamente luego de haber vivido quizás en la más absoluta pobreza.
Muy pocos pensaron con el cerebro frío, de que él éxito se acaba en un tris y que todo se pierde, inclusive la vida. Tal vez no encontraron una voz amiga que los hubiera ayudado a vivir en el nuevo mundo que les deparó su talento y su entrega.
No hallaron la persona consejera que les alertara contra ese mundo, muchas veces irreal, que crean el éxito y la fama, por lo que creyeron que de ahora en adelante vivirían montados para siempre en la cresta de la ola.
Hoy lloramos a Andy y a Yordano, caídos a destiempo, aclamados por multitudes, pero hoy sus cuerpos destrozados en una fría y solitaria carretera.
Esas muertes debieran abrirle los ojos a los que, como ellos, brillan aquí y en la gran carpa y que nadan en un mar de verdes billetes. Ojalá esto les sirva de ejemplo y puedan conducir sus vidas sin excesos y con la debida prudencia.
Ramón De Luna
24 de enero, 2017
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