El gesto vale y es digno de admiración.
La norma es que no se juegue invierno sin el pacto asegurado y en otros casos se alega que el pelotero no debe accionar porque su equipo se lo impide, que la inversión es cuantiosa y que la organización no quiere riesgos.
Así que tener a un lanzador de su nivel, porque no lo hace cuando ya tiene categoría de descarte o busca desesperadamente un regreso a las Grandes Ligas, es un lujo para este circuito.
El color del uniforme que vista es lo que menos importa. El mensaje de actuar para que sus compatriotas lo vean en plenitud de facultades se impone a las preferencias.
Para los que llevan anotaciones, estamos hablando de uno de nuestros héroes del Clásico Mundial de Béisbol, de uno de los peloteros más populares de ese sagrado equipo, un relevista millonario, pero pintoresco, un dominicano que no niega su plátano ni sus raíces del campo.
Me parece que también Rodney merece ser catalogado como un jugador de la patria. Fue él mismo que dijo el año pasado que “para representar a la patria no había que pedir permiso”.
Es el lanzador que dijo a los medios tras debutar con el Escogido que “espero que los jóvenes copien lo bueno, que no piensen en vicios ni en nada malo, que se puede llegar sin eso”. Pero es el mismo que en una entrevista para Círculo de Grandes Ligas dijo: “No hay que hacer lo malo. Pase hambre un día antes de hacer lo malo. El hambre se quita, el que roba o hace cualquier cosa mala tiene esa mancha por siempre y luego tiene que andar con la cabeza hacia abajo”.
El hijo del pescador, dotado con una capacidad de ocurrencias que hace reír a carcajadas al más circunspecto de los seres humanos, tiene valores y vale mucho.
Merece respeto.
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