EUGENIO TAVERAS...Mi
razón recuerda muchos errores cometidos por el otrora glorioso Partido
Revolucionario Dominicano, pero el más lamentable se está cociendo en estos
días en un horno a mil quinientos grados de temperatura y lo constituye el
comportamiento triunfalista de su candidato presidencial Rafael Hipólito Mejía
Domínguez, dejando a un lado detalles tan importantes como el de primero buscar
la unidad de esa organización que está manga por hombro y en franco deterioro,
sin que se vislumbre una mejoría a simple vista, que de seguir las cosas al
ritmo que van, el cacareado triunfo de los perredeístas puede convertirse en
una utopía.
Si
a la situación del PRD le agregamos el pésimo gobierno que nos ha dispensado el
honorable y magnánimo Dr. Leonel Fernández Reyna, jefe supremo del Partido de la Liberación Dominicana
y la desidia a toda costa demostrada por él de no asimilar la candidatura de
Danilo Medina del cual no quiere saber ni en pintura y quien, además, trabaja
muy discretamente, de forma maquiavélica y como el escarabajo, con el fin
impedir su triunfo, porque no le interesa que gane, debido a que lo considera
una sombra en su futuro político, pudiendo, incluso, aprovechar el rechazo que
una gran parte de la población profesa por el actual mandatario.
El
tercer elemento, no menos importante, que podemos agregar a los dos adefesios
antes citados, lo constituyen los tránsfugas inminentes que pasarán del blanco
al morado, forzados por las disputas que se están escenificando en las entrañas
del doloroso y vergonzoso Partido Revolucionario Dominicano, donde tampoco su
presidente Miguel Vargas y candidato Hipólito Mejía logran ponerse de acuerdo y
para aprovechar las ganancias que deja pasar de un color a otro.
La
suerte de todos los dominicanos está en manos de dos partidos que lejos de
pensar en el bienestar de la mayoría, se pelean el control económico y los
pingues beneficios que aporta el manejo de la cosa pública, entonces, no me
queda más remedio que expresar: el
diablo que nos reciba en el infierno, porque Dios de seguro nos cerrará, por
inmerecida, las puertas del cielo.
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