viernes, 15 de junio de 2018

Un Cristiano atómico le amarga el debut a Hierro

Triplete del portugués. Costa respondió dos veces, falló De Gea y Nacho marcó un golazo. España dejó ir un partido que tenía  ganado.
Fernando Hierro presentaba el rostro semiacongojado, como si no hubiera podido ensayar el semblante. España salió muy dócil, con una pasividad absolutamente opuesta al brío cojonudista demostrado por Rubiales estos días pasados. Así las cosas, Cristiano pudo coger fácilmente la pelota y hacer en el extremo una olvidada bicicleta. Nacho se la comió en parte, y él puso la habilidad restante para que el árbitro, con omisión del VAR, pudiera pitar penalti.  Gianluca Rocchi Portugal cometió el error de replegarse y contribuir a la recuperación de la idiosincrasia española. España comenzó a amasar su juego, primero muy lejos, después más cerca, y al final en las cercanías de la portería. Fue un maravilloso recital de Iniesta, emocionante por su progresiva despedida. Contribuyó Isco también con su perseverancia, pero aunque los dos tenían la pelota (un 20% de la posesión era de los dos), Iniesta era afilado, incisivo. Por un momento, el toque español fue hipnótico, casi infantil a veces. Hubo una pequeña ocasión de Silva tras tocarla Costa, que está, ya lo sabemos, para hacer pequeño el fútbol alto, para bajárselo a los pequeños, a sus compañeros. Costa, gigante que redimensiona lo que de otra forma se perdería. Iniesta hizo en esos minutos de recuperación una jugada asombrosa en la que paró y derrapó, en esa zona suya del extremo interior, ¡Iniesta no ha sido extremo, ha sido íntimo! ¡Ha inventado ese filo interno del juego que es el corte interior de Iniesta! Las contras portuguesas eran una obra personal de Cristiano entorpecida por sus compañeros. Todos los balones que tocó Cristiano en esa primera parte los tocó bien. Era el Cristiano de nueve puro del Madrid pero aún más plenipotenciario. Vemos que aún puede ser mejor. Enseñó al Madrid y a España que puede ser más monstruoso. El gol español no vino por el toque y la meditación, sin embargo. Hay algo que valorar mucho en Iniesta y es que siempre empieza con la misma ilusión la jugada, sabiendo, o quizás sin pararse a pensar, que de esas aventuras que empieza muy pocas acaban en gol. Da igual. Lo importante es la acción que enciende el motor. El 1-1 parecía ensayado en el gol de Aspas contra Túnez: balón largo de Busquets para el arrastre de Costa, que se llevó a Pepe por delante (aunque Pepé contribuyó dramatizando) y luego la pelota, con dos recortes trabajosos hasta estar rodeado de toda la defensa portuguesa, atraída por su poderosa tracción. Batió de un tiro ajustado. Isco pudo hacer inmediatamente después el segundo con otro que dio al larguero y luego a la cal, y al gritar gol pudimos sentirnos como hace exactamente 32 años, cuando Míchel en México. Siguió España con la pelota hasta acumular momentos del 70% de posesión. Portugal estaba encajonada, espectadora de un insistente juego español por la zona izquierda. Era una insistencia maniatica, retornante, rítmica. Iniesta, Isco y Alba dibujaron triángulos de todas las formas. El mapa de actividad del partido seguro que parecía una asimetría, una deformación hemisférica. Estando así España, en su mejor momento, sufrió el segundo justo antes del descanso. Balón largo de Pepe para una genialidad de Cristiano, que entró del fuera de juego, controló y largó un zurdazo que De Gea se coló haciendo un «Karius» para la galería de errores históricos de Arconada, Zubi y compañía. Cristiano marcaba en su cuarto mundial, como Pelé, Klose o Uwe Seleer. Además de marcar en cuatro mundiales ha marcado en cuatro Europeos. Teniendo más goles que Di Stéfano y las mismas Copas de Europa nadie se pregunta si no será mejor que Di Stéfano. Desde luego, si el debate tiene que salir de España será difícil. Todo lo que hizo Cristiano fue perfecto y su acierto en los pases superaba al de Iniesta. Así se fue España al descanso, reencontrada pero perdiendo. Cambio tras el descanso Fernando Santos, el seleccionador portugués, tenía sin embargo la misma expresión de amargura de siempre, pues el suyo es un gesto auténticamente nacional. En la segunda mitad el toque empezó embarullado pero no importó porque el empate volvió a ser «antiespañol», contracultural: una falta, la peinó Busquets y remató Costa. No fue la combinación, sino un balón parado. El 2-3 fue un golpeo de Nacho con el que se redimía del penalti. Una maravilla personal, pero que venía, no lo olvidemos, de una diablura en miniatura de Silva y de la ocupación posicional. España merecía esos goles. A Cristiano, sonriente toda la noche, le vimos otra vez enrabietarse. Le tocaba ahora a Portugal pero sus ataques no preocuparon a España. Ante la omnipresencia táctica de Busquets o la ubicuidad del regate de Silva, Portugal pareció de repente un equipo menor. Iniesta se marchó ovacionado pero con él se fue algo. España no remató su dominio de esos minutos, el partido se le reblandeció, los cambios de Hierro desdibujaron. El partido quedó vivo para un instinto superior y Cristiano tiró de otra suerte que no le recordábamos: una falta espectacular. Con Costa, casta y toque, España no pudo con Cristiano.

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