viernes, 15 de junio de 2018

La forma de los rusos de vivir su Mundial y el héroe particular del primer día

Hay una imagen que siempre aparece en las Copas del Mundo. Una calle céntrica desierta, cielo nublado, quizás un gato impertinente que pasea en la soledad. "Así está *ingrese nombre de avenida principal de capital sudamericana* un jueves a las 5 de la tarde porque juega la Selección". Los paises de nuestro continente se paralizan a la hora de los Mundiales. Y no es una metáfora, sino una explicación muy concreta de lo que sucede. Alguien habrá pensado que eso se puede trasladar a cualquier nación anfitriona aunque no sea latina. Error. En otras latitudes la vida sigue, inalterable. Rusia es un país tan futbolero como todos los países del planeta. En algunas regiones el fútbol es el deporte más importante de todos y en otras puede ser el segundo. Sea como sea, está claro que su popularidad no está en discusión. Y más aún desde que se hizo acreedor del máximo torneo. Sin embargo, este jueves, mientras su seleccionado abría el campeonato en Moscú contra Arabia Saudita, todo siguió andando como si nada. No hubo foto de ninguna avenida. Kazán es el hogar de la Selección Colombia en el Mundial y una de las ciudades más grandes de Rusia. La capital de la república de Tartaristán tiene una importancia clave para la vida rusa. Por su valor cultural, por su polietnicidad y por su ubicación. Todo esto la convierte en un ejemplo muy valioso de cómo vivió el pueblo ruso el inicio de "su Copa". ¿Y cómo lo vivió? Con una alegría moderada, como son casi todas las alegrías en esta zona del globo. Sin dejar de hacer nada de lo que hacen generalmente y dándole al juego una trascendencia muy inferior a la que tiene para los sudamericanos. Si es o no la mejor forma de vivir es un debate inabarcable que no tiene sentido en este día esperado por los últimos cuatro años. Kazán estaba lista para el comienzo desde hace un largo tiempo. Cuando llegó la hora, no había nada más que disfrutar. En el momento del pitazo inicial, los alrededores del Kremlin vivían un día normal y solo en el Family Center, ubicado a pocos metros pero del otro lado del río Kazanka la rutina se alteró. Allí se encuentra el Fan Fest, un amplio sitio que la FIFA acondiciona en las sedes para que los hinchas que no pudieron ir al estadio tengan un lugar alternativo donde vivir la Copa. La capacidad es de 25.000 personas, pero en este primer encuentro no hubo más de la mitad. ¿Alcanza esto para decir que a los rusos no los entusiasma demasiado el Mundial? De ninguna manera. Lo están viviendo con intensidad pero no como si fuera lo único que ocurre en este mes. En suelo tártaro, se cantó el himno y se gritaron los goles con una pasión muy diferente a la vista, por ejemplo, hace cuatro años en Brasil. Los simpatizantes llegaron al Fan Fest con banderas, la cara pintada y demás elementos del atuendo típico del aficionado mundialista. Allí, hasta ellos se sorprendieron por la gran actuación del equipo de Stanislav Cherchésov. El momento de mayor júbilo no fue el primer gol del campeonato, un cabezazo fenomenal de Iury Gazinsky a doce minutos del comienzo. Tampoco la definición lujosa de Denis Cheryshev (ya se puede afirmar que será uno de los mejores goles de la Copa). Nada de eso. El público explotó en dos oportunidades: cuando ingresó Artem Dzyuba en lugar de Fedor Smolov a los 25 minutos del segundo tiempo y cuando el mismo Dzyuba anotó el 3-0 con otro limpio cabezazo 88 segundos después de su entrada. El delantero de Arsenal Tula es el jugador más amado de la Selección. ¿Por qué? Por su vida de sacrificios. Tras debutar en Spartak Moscú, fue cedido a Tom Tomsk después de un conflicto con un compañero que lo acusó de ladrón. Parece un cuento soviético, pero tras el delito, fue enviado a un club de Siberia. Un año más tarde regresó a Spartak, donde tampoco pudo afianzarse y fue dado a préstamo a Rostov. En total, tuvo cuatro ciclos en Spartak y jamás pudo afianzarse. En 2015 fue contratado por Zenit, pero hoy juega en Arsenal Tula. Sí, otra vez a préstamo. Kazán tuvo un día feliz por la victoria pero no cambió nada. La vida tártara continúa con normalidad pero al menos hay más sonrisas en las calles. Culpa de Dzyuba, el hombre que nunca más tendrá que exiliarse.

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